miércoles, 20 de noviembre de 2013

No me cuentes tu vida

Trapos sucios
Estoy a punto de romper a escribir mis memorias. Cuando escribió el cantante Justin Bieber su “autografía” con 17 años, pensé que se me había pasado el arroz. El que González y Aznar hayan escrito libros intentando convencernos de que triunfaron allá donde fracasaron, me ha hecho reanudar la redacción de mis hechos hazañosos: “para que inventen ellos solos”, he pensado, “mejor que inventemos todos”, pese a que este tipo de libros resulta, de ordinario, tedioso. Es como el humorista que se obstina en explicarle al público, una y otra vez, el chascarrillo  que no ha hecho gracia a nadie. Además, los poderosos que no se deciden a abandonar el escenario del todo me resultan indecentes: Franco, Castro, Gadafi… González, Aznar, convencidos de que si ellos se van, si ellos callan, calla la vida. Pero es que la gente corriente que no hemos engañado a un pueblo entero –por falta de ocasión, posiblemente- como hizo González con lo de la OTAN, ¿de qué podemos hablar? ¿De qué hablaremos los que no pudimos dar las muestras de servilismos que daba Aznar cuando se acercaba a aquella fábrica de mentiras infames en que se convirtió el rancho tejano de Bush? Por agradar, este recio patriota cambiaba hasta el tono de su voz y se ponía ‘manito’ total. Es comprensible que estos seres desnortados quieran recontarnos su vidas, porque uno puede fracasar en la vida real, pero no tiene por qué hacerlo cuando se la cuenta a lo demás. Cuando redactan sus memorias actúan como los técnicos de montaje de una película: cortando lo infame, retocando lo deslucido,  haciendo desparecer del film los fotogramas inconvenientes, reinventándose la historia y filmando pasajes que nunca tuvieron lugar para pegárselos a la cinta como si hubieran ocurrido. Pero los que no tenemos nada más que dos o tres canalladas irrelevantes,  ¿qué vamos a contar? Podemos  limpiar perfectamente en un pispás esos rincones oscuros de nuestra memoria de trapos sucios y llenarlos de hechos heroicos y beneficiosos, si no para la humanidad, si para la nacionalidad histórica andaluza.  Y sobre todo, podremos completar los olvidos de los poderosos o desactivar alguna de sus mentiras. Todavía me estoy preguntando por qué Julio Anguita en el libro de memorias que acaba de publicar, se ha olvidado de contar cómo y cuándo me entregó el carnet del PCE en una callejuela cordobesa.  El dato es baladí para esa organización, pero no para mí que, desde entonces, he sido el compañero de un viaje que ha terminado por ir a ninguna parte.

7 comentarios:

  1. Magnifica, la ultima frase... ¡ "Un viaje que ha terminado por ir a ninguna parte" !

    ResponderEliminar
  2. Pero ha merecido la pena, querido amigo anónimo/Alain.

    ResponderEliminar
  3. Hombre, Pablo, viajar a ninguna parte es viajar y nosotros lo hacemos en 'business-class' de la utopía.

    ResponderEliminar
  4. Paco Espinola, este artículo ha sido la caña de pescar con la que hemos obtenido esa maravillosa frase tuya de que hemos viajado en la business class de la utopía. Y al viajar en esa nave excelsa nos hemos sentido siempre en el lado bueno y hasta hemos llegado a pensar que nosotros mismos éramos buenos.

    ResponderEliminar
  5. ¡Genial! Sobre todo me sobrecoge la entrega del carnet del PCE en una callejuela cordobesa. Es que la memoria nos gasta cada broma ... que paqué...

    ResponderEliminar
  6. Querido y recordado Prudencio, entre que la memoria gusta de gastar bromas y que a algunos nos gusta creer que una callejuela cordobesa es un ámbito más heróico que el quiosco dónde realmente tuvo lugar el encuentro con Anguita... Gracias, amigo de siempre, y camarada de entonces.

    ResponderEliminar
  7. Muy correctas las palabras como siempre....

    ResponderEliminar