jueves, 18 de julio de 2013

Quemar la noche

Tras el concierto
SOY consciente de que cuento historias sin interés que sólo podrían distraer, y no siempre, a mis familiares. Sé de antemano que aquí van abandonar la lectura de esta columna los que pasen del hecho de que yo no viera el mar hasta los 19 años desde la Cuesta de la Reina de Málaga o los que no entiendan por qué tengo yo que contarles que hasta los 60 años no me monté en avión. A mí mismo no me interesan demasiado los dos acontecimientos, si no fuera por lo que le oí un anciano labrador que iba conmigo en la Alsina y que al ver el mar, también por primera vez, a sus 77 años, exclamó: "¡Señor, que extensiones para el trigo!". El vuelo para asistir al Festival de Salzburgo fue menos terrorífico de lo que había imaginado gracias a dos o tres compañeras de viaje, del barrio del Perchel de Málaga, que me distrajeron con el relato de sus experiencias en la emigración. La experiencia musical fue, en cierto sentido, aleccionadora. Ya en el 2003, comprendí que alemanes y austriacos tenían un trato con Mozart y con la etiqueta mucho más fluido que el mío. Y no fue por lo bien que les caía el chaqué a los burgueses austriacos que me acompañaban en el hall del teatro; lo blanco y limpio que tenían el pelo o el brillo de sus zapatos; fue por sus camisas. Se me ocurrió llevar a Salzburgo una camisa con ballenas en el cuello para que no se le levantaran, impertinentemente, las puntas. Toda Centroeuropa mantuvo las puntas en su sitio. Sólo las mías apuntaban hacia el techo. Luego, la coreografía de Don Giovanni no me gustó mucho, las chicas seducidas por el réprobo, aparecían en ropa interior y dando vueltas en un escenario giratorio. Pero, pese a la disparatada escenografía, la música de Mozart sonó prodigiosa. Y cuando Zerlina, la campesina seducida por Don Giovanni, entona su incitación al gozo, todos: alemanes, austriacos, algunos yanquis y un par de ceneros, sentimos en nuestros caducos corazones el dolor del tiempo pasado. Siempre que los jóvenes granadinos organizan un botellón recuerdo a Zerlina advirtiendo a sus compañeras de fiesta que los años pasan rápidamente. Y me admiro de lo bien que han asimilado nuestros jóvenes ese consejo que los mayores les venimos dando. Les hemos exigido que no dejen escapar ni un solo día de gozo. Pero, jóvenes al fin, y por llevarnos la contraria, no ha sido el día lo que han atrapado avariciosos. No se han apuntado al Carpe diem, han preferido quemar las noches.

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