Este sí pasa el corte
Una de las actividades más provechosas de
los campeones de género consiste en revisar los monumentos culturales del
pasado cercano e, incluso, del pasado remoto. Siguiendo a Mao, empeñado en
destruir todas las obras de arte del pasado por ser vestigios de la opresión y
de la dominación de las clases privilegiadas, habría que sacrificar al toro que
raptó a Europa –Zeus disfrazado de tal para la ocasión- sonetos de Petrarca, muchas cosas de Dante,
esculturas, pinturas creadas desde el patriarcado para mantener sumisas y humilladas a las mujeres. Sabina, y alguna de su canciones: ¡a la mierda!, algo
de Krahe, todo el Romanticismo. Esta actividad, tan útil, que nos dejaría sin
memoria del horror y nos privaría de armas para combatirlo, tendría que abarcar
gran parte de la mejor poesía elaborada para cercar y conquistar la fortaleza
de la virtud femenina. Porque no tendríamos que contentarnos con eliminar los
soeces piropos callejeros, o los brutales requerimientos de las bacanales
multitudinarias, en las que el alcohol y las drogas eliminan y suspenden esa ligerísima
capa que, según Freud, cubre los instintos, y a la que llamamos “Civilización”,
también habría que borrar de un decretazo bastante de Catulo, no poco de
Garcilaso (nada de Boscán que era un poeta institucional y sólo le hacía sonetos
a su esposa). El Amor Cortés, ¡a la porra!; Ibn Hazm de
Córdoba (994-1063), y su Collar de la paloma, ¡al
pudridero! Quizá salvaríamos a Juan de Flores, el escritor palaciego de la época
de los Reyes Católicos, que en sus novelas y tratados recoge la voz de las
mujeres oprimidas y la de sus defensores. Y sobre todo, porque en su Triunfo de
amor propone una inversión total de los usos amorosos, un mundo al revés, en el
que los hombres son acosados por las mujeres que los cercan y violentan. Sor
Juana Inés de la Cruz (la autora del poema Hombres necios) quizá se salvara y, por supuesto, la ínclita Rosalía. De las poetas modernas, nada que achacar a las que
practican la poética de la sospecha que ve enemigos y lobos por todas partes.
Bueno, las mujeres que en internet se dicen unas a otras guáaaaaaaapaaaaaaas sin cesar
tendrían que cortarse un pelín. Y puestos a regular la convivencia, ¿por qué los
políticos no prometen que en cuanto ocupen el poder van a promulgar una ley que
castigue con severidad a cualquiera de ellos que le eche un piropo a un
compañero, o a sí mismo, si no dedica, también, una alabanza semejante a
un adversario? En la futura Ley de protección electoral de todo género de violencia intelectual, sería un atenuante el que los contendientes hubiesen participado en uno esos programas de cómicos en los que que se dicen unos a otros las cosas más desagradables. Piropos electorales, no.
Prisión para todo aquel que llame veraz a Sánchez o inteligente a
Casado. Por prometer que no quede. Los electores les prestan a las promesas electorales
la misma atención que a las de las operadoras telefónicas.
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