martes, 14 de mayo de 2019

Ley de protección de los electores de todo género de violencia intelectual

Este sí pasa el corte

Una de las actividades más provechosas de los campeones de género consiste en revisar los monumentos culturales del pasado cercano e, incluso, del pasado remoto. Siguiendo a Mao, empeñado en destruir todas las obras de arte del pasado por ser vestigios de la opresión y de la dominación de las clases privilegiadas, habría que sacrificar al toro que raptó a Europa –Zeus disfrazado de tal para la ocasión- sonetos de Petrarca, muchas cosas de Dante, esculturas, pinturas creadas desde el patriarcado para mantener sumisas y humilladas a las mujeres. Sabina, y alguna de su canciones: ¡a la mierda!, algo de Krahe, todo el Romanticismo. Esta actividad, tan útil, que nos dejaría sin memoria del horror y nos privaría de armas para combatirlo, tendría que abarcar gran parte de la mejor poesía elaborada para cercar y conquistar la fortaleza de la virtud femenina. Porque no tendríamos que contentarnos con eliminar los soeces piropos callejeros, o los brutales requerimientos de las bacanales multitudinarias, en las que el alcohol y las drogas eliminan y suspenden esa ligerísima capa que, según Freud, cubre los instintos, y a la que llamamos “Civilización”, también habría que borrar de un decretazo bastante de Catulo, no poco de Garcilaso (nada de Boscán que era un poeta institucional y sólo le hacía sonetos a su esposa). El Amor Cortés, ¡a la porra!;  Ibn Hazm de Córdoba (994-1063), y su Collar de la paloma, ¡al pudridero! Quizá salvaríamos a Juan de Flores, el escritor palaciego de la época de los Reyes Católicos, que en sus novelas y tratados recoge la voz de las mujeres oprimidas y la de sus defensores. Y sobre todo, porque en su Triunfo de amor propone una inversión total de los usos amorosos, un mundo al revés, en el que los hombres son acosados por las mujeres que los cercan y violentan. Sor Juana Inés de la Cruz (la autora del poema Hombres necios) quizá se salvara y, por supuesto, la ínclita Rosalía. De las poetas modernas, nada que achacar a las que practican la poética de la sospecha que ve enemigos y lobos por todas partes. Bueno, las mujeres que en internet se dicen unas a otras  guáaaaaaaapaaaaaaas sin cesar tendrían que cortarse un pelín. Y puestos a regular la convivencia, ¿por qué los políticos no prometen que en cuanto ocupen el poder van a promulgar una ley que castigue con severidad a cualquiera de ellos que le eche un piropo a un compañero, o a sí mismo, si no dedica, también, una alabanza semejante a un adversario? En la futura Ley de protección electoral de todo género de violencia intelectual, sería un atenuante el que los contendientes hubiesen participado en uno esos programas de cómicos en los que que se dicen unos a otros las cosas más desagradables. Piropos electorales, no.  Prisión para todo aquel que llame veraz a Sánchez o inteligente a Casado. Por prometer que no quede. Los electores les prestan a las promesas electorales la misma atención que a las de las operadoras telefónicas.

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