Pérez
La posible ascensión de Sebastián Pérez a
la alcaldía de Granada nos debe llenar de gozo. No sólo a la Virgen de las
Angustias y al Cristo de los Favores –a los que debe tantos votos- o al autor
de la Biblia familiar, sobre la que suele jurar los cargos, sino a todo el
género humano y, en particular, a los granadinos. Especialmente a las
cementeras, a los constructores amigos, a los arquitectos e ingenieros y,
concretamente, al mundo del ladrillo. ¡Fastuosos los proyectos que bullen en la
cabeza de este hombre! Túneles, ascensores, cinturones varios que nos circunvalen
y constriñan. ¡Qué buen alcalde se ha perdido Nápoles! Ciudad que, pese a la catástrofe
de Pompeya, todavía, y eso que los vulcanólogos lo vienen sugiriendo, no ha construido
una cubierta gigantesca que proteja a la ciudad italiana de los exabruptos del
Vesubio. Con Pérez la tendría y de cemento armado. Pérez, como Dante, no
entiende mucho de teología, pero sí de cómo alcanzar el paraíso. No soy quien
para darle ideas, que él ya las tiene, y suficientemente imaginativas y
productivas para la ciudad. ¿Cuánto costaría una escalinata que llevara
directamente al cielo desde la Torre de la Vela? Sé que, en cuanto lean esto
los ávidos contratistas que esperan impacientes los jugosos contratos que
Sebastián les tiene reservados, van a poner a sus técnicos a trabajar en ello.
De la Alhambra al reino de los cielos: unos cuantos miles de escalones de
ascensión y ya está. Camiones de cemento teológico, de bovedillas y pilares de
hormigón sagrado. En el fielato, vendiendo las entradas y pasándoles el test de
los diez mandamientos a los aspirantes, nadie más experimentado que el
arzobispo. Y las ganancias a repartir. El periodista y escritor italiano, Indro
Montanelli, autor de Dante y su Siglo,
sentencia, tras señalar algunas de las sevicias con las que el insigne vate
–excelso poeta y muy mala persona- castiga y humilla en su paseo por el
infierno a sus enemigos, riéndose de ellos o pateando su cabezas: “Y cuando al
término de estas hazañas, sabemos que Dante –de la mano de Beatriz- ha obtenido
el visado para el paraíso, respiramos
aliviados, si él consiguió ir, quiere decirse que iremos todos”. Pues lo mismo:
si Sebastián Pérez, de la mano de Vox y Cs, consigue llegar a alcalde, quiere
decirse que cualquiera de nosotros puede serlo.miércoles, 29 de mayo de 2019
martes, 14 de mayo de 2019
Ley de protección de los electores de todo género de violencia intelectual
Este sí pasa el corte
Una de las actividades más provechosas de
los campeones de género consiste en revisar los monumentos culturales del
pasado cercano e, incluso, del pasado remoto. Siguiendo a Mao, empeñado en
destruir todas las obras de arte del pasado por ser vestigios de la opresión y
de la dominación de las clases privilegiadas, habría que sacrificar al toro que
raptó a Europa –Zeus disfrazado de tal para la ocasión- sonetos de Petrarca, muchas cosas de Dante,
esculturas, pinturas creadas desde el patriarcado para mantener sumisas y humilladas a las mujeres. Sabina, y alguna de su canciones: ¡a la mierda!, algo
de Krahe, todo el Romanticismo. Esta actividad, tan útil, que nos dejaría sin
memoria del horror y nos privaría de armas para combatirlo, tendría que abarcar
gran parte de la mejor poesía elaborada para cercar y conquistar la fortaleza
de la virtud femenina. Porque no tendríamos que contentarnos con eliminar los
soeces piropos callejeros, o los brutales requerimientos de las bacanales
multitudinarias, en las que el alcohol y las drogas eliminan y suspenden esa ligerísima
capa que, según Freud, cubre los instintos, y a la que llamamos “Civilización”,
también habría que borrar de un decretazo bastante de Catulo, no poco de
Garcilaso (nada de Boscán que era un poeta institucional y sólo le hacía sonetos
a su esposa). El Amor Cortés, ¡a la porra!; Ibn Hazm de
Córdoba (994-1063), y su Collar de la paloma, ¡al
pudridero! Quizá salvaríamos a Juan de Flores, el escritor palaciego de la época
de los Reyes Católicos, que en sus novelas y tratados recoge la voz de las
mujeres oprimidas y la de sus defensores. Y sobre todo, porque en su Triunfo de
amor propone una inversión total de los usos amorosos, un mundo al revés, en el
que los hombres son acosados por las mujeres que los cercan y violentan. Sor
Juana Inés de la Cruz (la autora del poema Hombres necios) quizá se salvara y, por supuesto, la ínclita Rosalía. De las poetas modernas, nada que achacar a las que
practican la poética de la sospecha que ve enemigos y lobos por todas partes.
Bueno, las mujeres que en internet se dicen unas a otras guáaaaaaaapaaaaaaas sin cesar
tendrían que cortarse un pelín. Y puestos a regular la convivencia, ¿por qué los
políticos no prometen que en cuanto ocupen el poder van a promulgar una ley que
castigue con severidad a cualquiera de ellos que le eche un piropo a un
compañero, o a sí mismo, si no dedica, también, una alabanza semejante a
un adversario? En la futura Ley de protección electoral de todo género de violencia intelectual, sería un atenuante el que los contendientes hubiesen participado en uno esos programas de cómicos en los que que se dicen unos a otros las cosas más desagradables. Piropos electorales, no.
Prisión para todo aquel que llame veraz a Sánchez o inteligente a
Casado. Por prometer que no quede. Los electores les prestan a las promesas electorales
la misma atención que a las de las operadoras telefónicas.
sábado, 4 de mayo de 2019
Bellas leyendas a modo de historias
El soneto de Quevedo
En este soneto, que hoy sería considerado políticamente incorrecto, Quevedo insinúa que Febo no tiene ni blanca en su bolsa para pagar los favores que solicita de la ninfa Dafne, pero que su aljaba esta llena de flechas de deseo. El poeta llama al dios del Sol buhonero de signos y planetas. Bonito título para un ensayo sobre el funcionamiento de los signos y los símbolos en las sociedades humanas. El filósofo Cassirer afirmaba que el hombre es un animal simbólico, es decir, un creador y un vendedor ambulante de signos y planetas y platillos volantes y promesas de salvación eterna o de progreso. Oriente Próximo fue, en tiempos, una fábrica fértil de fantásticos relatos simbólicos: caballos de madera que sirven para introducirse en una ciudad y conquistarla, guerras sangrientas, crudelísimas, que, al ser contadas en hexámetros, resultan menos horribles que en streaming. Dioses a los que no faltan costillares en sus barbacoas perennes, y que están aquejados de los mismos insaciables deseos de felicidad de los humanos. El extravío de un dios omnipotente, incapaz de salvar a su hijo del sacrificio, y que permite que cualquier párroco con unos conjuros lo obligue a personarse en carne y sangre para ser deglutido por seres humanos que hacen frente a esa desmesurada antropofagia sin tomar ni un omeprazol. Vírgenes incólumes tras dar a luz; chicas que se libran, noche tras noche, de que les corten el cuello gracias a mil y un cuentos. La fábrica de signos y símbolos -orales y escritos- estuvo durante siglos supervisada por el poder que pagaba a los mejores ingenios y poetas para producir símbolos e imágenes capaces de blanquear y embellecer las mayores barbaridades, gracias al arte. Epopeyas, estatuas, monolitos, cuadros de batallas, de decapitaciones, de violaciones, de exterminios, que actuaban de conmutadores, transformando el enorme caudal de sangre derramada, de dolor producido, en monumentos hermosísimos alzados para celebrar -y disimular- la sed de sangre y de dominio de los humanos. La imprenta primero, y las redes ahora, han democratizado y desvalorizado los símbolos. De un tiempo de silencio, en el que los símbolos eran pocos -y fabricados por franquicias hegemónicas- a un tiempo de ruido en el que millones de personas crean continuamente una infinidad de símbolos fulgurantes, de vida fugaz que chocan y se anulan entre sí. Un nuevo silencio, el del ruido indescifrable, nos ensordece.
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