miércoles, 29 de mayo de 2019

Sebastián Pérez en el paraíso


Pérez
La posible ascensión de Sebastián Pérez a la alcaldía de Granada nos debe llenar de gozo. No sólo a la Virgen de las Angustias y al Cristo de los Favores –a los que debe tantos votos- o al autor de la Biblia familiar, sobre la que suele jurar los cargos, sino a todo el género humano y, en particular, a los granadinos. Especialmente a las cementeras, a los constructores amigos, a los arquitectos e ingenieros y, concretamente, al mundo del ladrillo. ¡Fastuosos los proyectos que bullen en la cabeza de este hombre! Túneles, ascensores, cinturones varios que nos circunvalen y constriñan. ¡Qué buen alcalde se ha perdido Nápoles! Ciudad que, pese a la catástrofe de Pompeya, todavía, y eso que los vulcanólogos lo vienen sugiriendo, no ha construido una cubierta gigantesca que proteja a la ciudad italiana de los exabruptos del Vesubio. Con Pérez la tendría y de cemento armado. Pérez, como Dante, no entiende mucho de teología, pero sí de cómo alcanzar el paraíso. No soy quien para darle ideas, que él ya las tiene, y suficientemente imaginativas y productivas para la ciudad. ¿Cuánto costaría una escalinata que llevara directamente al cielo desde la Torre de la Vela? Sé que, en cuanto lean esto los ávidos contratistas que esperan impacientes los jugosos contratos que Sebastián les tiene reservados, van a poner a sus técnicos a trabajar en ello. De la Alhambra al reino de los cielos: unos cuantos miles de escalones de ascensión y ya está. Camiones de cemento teológico, de bovedillas y pilares de hormigón sagrado. En el fielato, vendiendo las entradas y pasándoles el test de los diez mandamientos a los aspirantes, nadie más experimentado que el arzobispo. Y las ganancias a repartir. El periodista y escritor italiano, Indro Montanelli, autor de Dante y su Siglo, sentencia, tras señalar algunas de las sevicias con las que el insigne vate –excelso poeta y muy mala persona- castiga y humilla en su paseo por el infierno a sus enemigos, riéndose de ellos o pateando su cabezas: “Y cuando al término de estas hazañas, sabemos que Dante –de la mano de Beatriz- ha obtenido el visado para el paraíso, respiramos aliviados, si él consiguió ir, quiere decirse que iremos todos”. Pues lo mismo: si Sebastián Pérez, de la mano de Vox y Cs, consigue llegar a alcalde, quiere decirse que cualquiera de nosotros puede serlo.

martes, 14 de mayo de 2019

Ley de protección de los electores de todo género de violencia intelectual

Este sí pasa el corte

Una de las actividades más provechosas de los campeones de género consiste en revisar los monumentos culturales del pasado cercano e, incluso, del pasado remoto. Siguiendo a Mao, empeñado en destruir todas las obras de arte del pasado por ser vestigios de la opresión y de la dominación de las clases privilegiadas, habría que sacrificar al toro que raptó a Europa –Zeus disfrazado de tal para la ocasión- sonetos de Petrarca, muchas cosas de Dante, esculturas, pinturas creadas desde el patriarcado para mantener sumisas y humilladas a las mujeres. Sabina, y alguna de su canciones: ¡a la mierda!, algo de Krahe, todo el Romanticismo. Esta actividad, tan útil, que nos dejaría sin memoria del horror y nos privaría de armas para combatirlo, tendría que abarcar gran parte de la mejor poesía elaborada para cercar y conquistar la fortaleza de la virtud femenina. Porque no tendríamos que contentarnos con eliminar los soeces piropos callejeros, o los brutales requerimientos de las bacanales multitudinarias, en las que el alcohol y las drogas eliminan y suspenden esa ligerísima capa que, según Freud, cubre los instintos, y a la que llamamos “Civilización”, también habría que borrar de un decretazo bastante de Catulo, no poco de Garcilaso (nada de Boscán que era un poeta institucional y sólo le hacía sonetos a su esposa). El Amor Cortés, ¡a la porra!;  Ibn Hazm de Córdoba (994-1063), y su Collar de la paloma, ¡al pudridero! Quizá salvaríamos a Juan de Flores, el escritor palaciego de la época de los Reyes Católicos, que en sus novelas y tratados recoge la voz de las mujeres oprimidas y la de sus defensores. Y sobre todo, porque en su Triunfo de amor propone una inversión total de los usos amorosos, un mundo al revés, en el que los hombres son acosados por las mujeres que los cercan y violentan. Sor Juana Inés de la Cruz (la autora del poema Hombres necios) quizá se salvara y, por supuesto, la ínclita Rosalía. De las poetas modernas, nada que achacar a las que practican la poética de la sospecha que ve enemigos y lobos por todas partes. Bueno, las mujeres que en internet se dicen unas a otras  guáaaaaaaapaaaaaaas sin cesar tendrían que cortarse un pelín. Y puestos a regular la convivencia, ¿por qué los políticos no prometen que en cuanto ocupen el poder van a promulgar una ley que castigue con severidad a cualquiera de ellos que le eche un piropo a un compañero, o a sí mismo, si no dedica, también, una alabanza semejante a un adversario? En la futura Ley de protección electoral de todo género de violencia intelectual, sería un atenuante el que los contendientes hubiesen participado en uno esos programas de cómicos en los que que se dicen unos a otros las cosas más desagradables. Piropos electorales, no.  Prisión para todo aquel que llame veraz a Sánchez o inteligente a Casado. Por prometer que no quede. Los electores les prestan a las promesas electorales la misma atención que a las de las operadoras telefónicas.

sábado, 4 de mayo de 2019

Bellas leyendas a modo de historias

El soneto de Quevedo
En este soneto, que hoy sería considerado políticamente incorrecto, Quevedo insinúa que Febo no tiene ni blanca en su bolsa para pagar los favores que solicita de la ninfa Dafne, pero que su aljaba esta llena de flechas de deseo. El poeta llama al dios del Sol buhonero de signos y planetas. Bonito título para un ensayo sobre el funcionamiento de los signos y los símbolos en las sociedades humanas. El filósofo Cassirer afirmaba que el hombre es un animal simbólico, es decir, un creador y un vendedor ambulante de signos y planetas y platillos volantes y promesas de salvación eterna o de progreso. Oriente Próximo fue, en tiempos, una fábrica fértil de fantásticos relatos simbólicos: caballos de madera que sirven para introducirse en una ciudad y conquistarla, guerras sangrientas, crudelísimas, que, al ser contadas en hexámetros, resultan menos horribles que en streaming. Dioses a los que no faltan costillares en sus barbacoas perennes, y que están aquejados de los mismos insaciables deseos de felicidad de los humanos. El extravío de un dios omnipotente, incapaz de salvar a su hijo del sacrificio, y que permite que cualquier párroco con unos conjuros lo obligue a personarse en carne y sangre para ser deglutido por seres humanos que hacen frente a esa desmesurada antropofagia sin tomar ni un omeprazol. Vírgenes incólumes tras dar a luz; chicas que se libran, noche tras noche, de que les corten el cuello gracias a mil y un cuentos. La fábrica de signos y símbolos -orales y escritos- estuvo durante siglos supervisada por el poder que pagaba a los mejores ingenios y poetas para producir símbolos e imágenes capaces de blanquear y embellecer las mayores barbaridades, gracias al arte. Epopeyas, estatuas, monolitos, cuadros de batallas, de decapitaciones, de violaciones, de exterminios, que actuaban de conmutadores, transformando el enorme caudal de sangre derramada, de dolor producido, en monumentos hermosísimos alzados para celebrar -y disimular- la sed de sangre y de dominio de los humanos. La imprenta primero, y las redes ahora, han democratizado y desvalorizado los símbolos. De un tiempo de silencio, en el que los símbolos eran pocos -y fabricados por franquicias hegemónicas- a un tiempo de ruido en el que millones de personas crean continuamente una infinidad de símbolos fulgurantes, de vida fugaz que chocan y se anulan entre sí. Un nuevo silencio, el del ruido indescifrable, nos ensordece.