Es cierto, los niños inauguran todos los días el mundo. Son lo más contrario que uno pueda imaginar a la obviedad de los mayores. Me gusta su creatividad. Tengo un sobrino de 5 años que cuando se quiere meter conmigo, cosa que sucede con frecuencia, por los motivos que le doy y por su ingenio, prefiere utilizar un lenguaje de signos propio. Durante un tiempo me tuvo intrigado porque siempre que me veía, aparte de mirarme con ojos tiernos y de parpadear intensamente para desactivar mi agresividad por sus bromas, se tocaba con el dedo índice, primero la frente y luego el culo. Cuando me dijo que mi nombre era "Tonto del culo", puse cara de cabreo y le pregunté que cuál era el suyo. Inmediatamente puso el dedo para arriba, como se lleva ahora, para indicar éxito o que alguien es cojonudo. Pero la infancia, a diferencia de los mayores, sí sabe pactar. O entiende que tiene que pactar. Quizá sea ese el momento en el que el niño deja un poco de ser niño. Fingiendo estar enfadado, le pedí que me cambiara el nombre. He conseguido que unas veces me llame "Tonto del culo" y otras "don Magnífico", para lo que mueve el pulgar dos o tres veces hacia arriba. Estoy a acostumbrado a que la gente confunda mi nombre y el día de mi santo. La mayor parte de las 150 personas que según los sociólogos, alcanza uno a conocer y a tratar más o menos íntimamente a lo largo de la vida, me llaman Pablo, y no Pablo de la Cruz, que es mi auténtico nombre. Algunos familiares, muy religiosos, me felicitan el 29 de junio, día de san Pablo y me informan de que han ofrecido la misa por mí. Les he dicho que se equivocan. Que no es mi santo, pero, obviamente, consideran que san Pablo, tiene más posibilidades de hacerme volver al redil, como quería mi madre, que un santo italiano que no conoce nadie.
Tanto odio la obviedad de los mayores, sus manifestaciones trastornadas de zombis, repetidas hasta la saciedad por radios, televisiones, periódicos y por las redes sociales, el bucle letal y tedioso de elecciones al que nos han abocado, que últimamente sólo aguanto la obviedad sagrada de las preces de Radio María y la variedad infinita de piruetas que combinan los niños de la guardería que hay enfrente de mi casa. En el recreo me gritan, mientras me preparo el desayuno: "Papa Noel, Papa Noel"; y estos gritos me consuelan y me transfunden algo de vida.
Muy bueno...
ResponderEliminarGracias, Mark de Zabaleta; un saludo cordial
ResponderEliminar...los ninos inauguran todos los dias el mundo...
ResponderEliminarEso he tenido la suerte de gozarlo, lo mismo que su energia contagiosa, resplandeciente.
Saludos