jueves, 21 de enero de 2016

¡Cómo os compadezco!

Dionisos
ADÁN y Eva, primeros padres del género humano, vosotros que os perdisteis por una simple manzana, ¿qué no hubierais dado por un batatín, unas frutas en almíbar o unos huesos de chocolate? Pero no había en el Paraíso Terrenal novicias ecuatorianas o bolivianas que elaboraran, como lo hacen hoy en ciertos conventos granadinos, esas gourmandises monjiles. ¡Cómo os compadezco!
Dioses del Olimpo, que no parabais de comer carne asada en barbacoas inextinguibles y de beber copas de empalagosa ambrosía, no sabéis hasta qué punto os compadezco por una dieta tan limitada; porque os perdisteis los deliciosos espetos de sardinas, de lubinas y de pargos ensartados, tan comunes en nuestros chiringuitos mediterráneos.
Enloquecidas ménades griegas, sacerdotisas de Baco, que recorríais ebrias los campos a la caza de animales para despedazarlos y coméroslos crudos, ¡cómo os compadezco! Vosotras, que devorasteis a Orfeo porque no os hacía caso, tras su frustrado rescate de Eurídice, no pudisteis saborear los excelentes flamenquines cordobeses, fritos con aceite de oliva y acompañados del luminoso amontillao.
Discípulos de Pitágoras, que siguiendo las indicaciones de vuestro aritmético maestro, no probasteis nunca las habas por considerarlas alimento sagrado que no debía terminar, tras la digestión, en la cloaca, ¡cómo os compadezco!; porque os atiborrasteis de pasas de Corinto pero nunca os fue dado consumir unas habillas con jamón como las que ponen los restaurantes populares granadinos, en temporada.
Áridos anacoretas siriacos que sólo os alimentabais de saltamontes y langostas para después elaborar vuestros enloquecidas elucubraciones teológicas, os compadezco, sobre todo cuando mojo un trozo grande de bollo en un buen tazón de leche. Estoy convencido de que en algún momento, tras ahondar en el misterio de la Trinidad hasta casi entenderlo, hubierais dado media página de exégesis por un buen trozo de bizcocho elaborado en nuestros hornos de Alfacar, con yogur griego, aceite virgen, harina candeal y raspadura de limón y naranja.
Lamia, Laida y Flora, hermosas meretrices de la Antigüedad, cuya fama nos llegó de la pluma de cierto obispo de Mondoñedo, y que recibisteis de vuestros clientes montones de golosinas y chucherías a cambio de vuestros favores, pero que jamás probasteis un Tartufo o una copa Moretto de los Italianos. ¡Cómo os compadezco!
Elegantes amas de casa del Novecientos, asentadas en pisos confortables de la Gran Vía -gracias a los dinerales que ganaron vuestros esposos con el negocio de la remolacha azucarera- y que adquiristeis fama de excelentes cocineras y confiteras por vuestros buñuelos de viento y vuestras cremas pasteleras, jamás conseguisteis cremas de calabaza o salmorejos tan suaves, tan aterciopelados como las que se obtienen ahora gracias a la laboriosa Thermomix, ¡no sabéis hasta qué punto os compadezco y me felicito por vivir en este siglo, en este sitio!

6 comentarios:

  1. Jolines...si a aquellos placeres les hubieran unidos esos que dices...sería otro Big Bang...

    Un placer leerle.

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    1. Un placer inmenso que sigas leyendo mis elucubraciones. Un beso

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  2. Espero que esta gastroelegía progresista sea tan irónica como bien condimentada está, y también espero que nadie concluya que Eva era una meretriz anacoreta siriaca caníbal.

    Gracias y saludos.

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  3. Precisamente, la estructura del artículo se la he copiado a un gastrónomo francés del XIX, Savarin, que titula esta sección de su libro "Fisiología del gusto", "Elegía".Gracias, Trasindependiente, pero esto sí, el que Eva pueda ser vista como una meretriz anacoreta siriaca canibal es de mi exclusiva responsabilidad. Un saludo.

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