Caupolicán en la pica
Ahora mismo, como en Madrid, el chotis del compositor azteca Agustín Lara, nuestros hermanos mexicanos no dejan de nombrar a la capital de España. El presidente mexicano exige al rey de
España que pida perdón por la Conquista de América. Cuando un político no sabe
qué hacer para mejorar la vida de los naturales de su país, mata fantasmas con
el rabo e inventa una polémica estéril que oculta su incompetencia.
Inmediatamente, como si de un enfrentamiento de hooligans se tratara, una jauría de políticos en campaña electoral corre
a hacerse con trozos de pitanza. De la Conquista y sus motivos, se han dicho
muchas cosas. Neruda en su Canto General -esa biblia criolla- sitúa a los conquistadores
desembarcando en Veracruz en 1519: “A Veracruz va el viento asesino. En
Veracruz desembarcaron los caballos. Las barcas van apretadas de garras y
barbas rojas de Castilla. Son Arias, Reyes, Rojas, Maldonados, hijos del
desamparo castellano, conocedores del hambre en invierno y de los piojos en los
mesones”. Son emigrantes, expulsados de España por la miseria y los piojos. El
camino se lo abrió la Reina Católica y un marinero genovés alucinado. En
cambio, para los historiadores franquistas,
los conquistadores “pensaban que en la inmensidad inexplorada de los
mares habría islas y tierra, cuyos habitantes no serían cristianos, y soñaban
con descubrirlos y enseñarles la Santa Católica Fe”, metiéndosela por donde les
cupiera. Si nos lleváramos a la Eternidad todos los libros que ha producido la
Conquista, terminaría la Eternidad y todavía nos quedarían libros por leer. No
los necesitamos para constatar cómo Podemos, que se supone laico, se apunta al
carro del perdón, esa herramienta cristiana que te permite pecar, ser perdonado
y cometer de inmediato los mismos pecados. La trinidad ultraliberal, maquillada
de tres colores para pescar votos en caladeros más poblados, enarbola el
argumento de que era otra época. “Es que la Conquista se realizó en otro
contexto. No existían los Derechos Humanos”. Como si el palo que atravesó a
Caupolicán* desde el ano hasta salirle por el cuello, no doliera tanto por hacerlo
en un contexto expansivo y colonialista, amparado por la Teología y el hambre
castellanas. Los chamuscados en Hiroshima y los socarrados en las hogueras
inquisitoriales de Europa quizá no entendieron suficientemente por qué ardían
como mixtos. Saber que lo hacían por diferentes motivos y en épocas diferentes les
hubiera calmado el dolor tanto como un ibuprofeno.
*Rubén Darío le dedicó este poema:
Es algo formidable que vio la vieja raza:
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.
Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar un toro, o estrangular un león.
Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.
«¡El Toqui, el Toqui!» clama la conmovida casta.
Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: «Basta»,
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.